jueves, 28 de junio de 2012

Viento Fúnebre

Desperté en medio del funeral. Era un cuarto de paredes pintadas de verde menta, mucha gente que no conocía, muchas sillas (la mayoría estaban vacías.) Había una foto de ella sobre el féretro. Estaba sonriendo como siempre, acompañada de su cabello rizado y sus labios color pastel. Una corona de flores al pie de la base del cajón que contenía su cuerpo y dos velas grandes encendidas a los lados y un silencio sepulcral que invadía la habitación. Es todo lo que recuerdo del lugar en donde estaba.

Luego de observar su rostro inmortalizado en el papel que correspondía a una fotografía que le habían hecho justo antes que se graduara, rompí a llorar. Nunca antes había llorado tanto, aún cuando mi abuelo paterno había tomado el camino del que nadie regresa. No eran lágrimas de tristeza, eso que sentía era más parecido al dolor, al hecho de no poder verla de nuevo, no poder abrazarla o besar su mejilla al menos, porque hacía casi un par de meses que nuestra relación había terminado. "No estoy preparada" me había dicho. No pude hacer ni decir nada; sólo dejé que se fuera, su amistad me bastaba (esa era una mentira que me gustaba repetirme). Aún tenía cosas que decirle al oído, todavía no me había rendido por tenerla de regreso conmigo, tenía una vida planeada con ella, pero ahora estaba recostada en un ataúd y aunque no quise verle allí, estoy seguro que todavía guardaba esa sonrisa que me había cautivado hacía ya un año y que todavía me perseguía en sueños por la noche. Ahora dormía tranquila; despertaría en un lugar mejor o simplemente no despertaría.

Mientras las fuentes dentro de mis globos oculares rebosaban como los ríos se desbordan luego de una lluvia huracanada, mi mente seguía dando vueltas. No podía creerlo todavía y no pude soportarlo. Entonces todo empeoró, quise salir de allí, correr y saber que no era cierto; pero no encontraba la salida de ese lugar que terminé reconociendo como su casa. Abría una puerta y me encontraba con el mismo cuadro: gente sentada, vestida de traje negro, serios y atentos a lo que pasaba, una señorita repartía vasos llenos de café, algunos de esos vasos yacían en el suelo como víctimas de un asesino desangrando (su café) por el suelo. Seguía corriendo buscando la salida y nada parecía cambiar. La gente me observaba pero no decían nada y mi angustia aumentaba a cada momento. Seguía llorando y buscando una puerta que me sacara de allí. Decenas de personas en cada habitación a la que entraba, café derramado, hasta que encontré un cuarto vacío; No soportaba más el dolor de perderla sumado a la angustia que me había provocado estar allí sin poder salir, como una condenación eterna a acompañar su inanimado cuerpo el resto de mi vida. Terminé por arrodillarme y lamentar mi desgracia mientras gritaba preguntando la razón de su partida. Entonces mis ojos se secaron.

Desperté en medio de mi cuarto, con el pulso acelerado y la confusión que un sueño (o más bien, pesadilla) suelen dar, todo me había sido demasiado real y en medio de la noche, una ventisca fúnebre corría libre afuera. "Todo fue un sueño" pensaba repetidas veces y mientras mi pulso regresaba a su ritmo habitual y mis pies aterrizaban a la realidad, mi teléfono celular emitió el tono de llamada. Como un acto de reflejo, me senté sobre la cama y como tratando de ayudar a que se disiparan los restos de esa pesadilla, puse mis pies sobre el gélido piso de mi habitación y tomé el teléfono que sonaba insistente. Al contestar, un buen amigo me saludó al otro lado de la línea. Su voz parecía quebrada y más grave que de costumbre:

-Eh, (...) es Cecilia... -escuché un suspiro cuando hizo esa pausa- Ya no está con nosotros...