El sonido que provocaban los dientes pútridos desgarrando y
masticando la carne de nuestro amigo era tan desesperante que tuvimos que
taparnos los oídos durante un buen rato. Seguíamos allí, encima del bus porque
no pude mover a Lily, que se perdió en la preocupación; tenía la mirada perdida
y abrazaba sus piernas, dejando caer su pelo sobre las rodillas. Estuvo así
durante buen rato, hasta que levantó su cara y me vió con esos ojos de “¿Y
ahora qué hacemos?” para los que no tenía respuesta alguna. Admito que el
cerebro de nuestra misión era Javier. Me acobardé, es cierto. Tuve miedo. Ahora
tenía que tomar las riendas de la situación y moldearlas a mi manera, o morir
intentándolo (literalmente). El recuento de daños no prometía nada bueno;
perdimos la escopeta que estaba a nuestro alcance pero sin munición y la única
arma que teníamos ahora era el bate de aluminio. Por el sonido de los disparos
los no-muertos se amotinaron por
cualquier dirección que pudiéramos tomar. De hecho, cabe mencionar que los que
no estaban ocupados arpando las vísceras de Javier, estaban esperando por que
uno de nosotros (o los dos, mejor dicho) cayera al suelo para jugar un poco.
-Debemos irnos, Lily.
Pero seguía sumida en un trance del que no podía salir. Ví un par de lágrimas
brotar de sus ojos y humedecer sus jeans. No conocía mucho de su historia
juntos, no sé si tenían algo si sentían algo el uno hacia el otro. Sólo sé que
se conocieron en la universidad, estudiaban la misma carrera y cuando la gente
se empezó a volver loca, estaban juntos. Supongo entonces que pasar la unos
meses juntos en medio de esta locura te vincula más a alguien que pasar diez
años junto a alguien que amás. No lo sé, y prefiero no saber exactamente cómo
se siente ella.
-Lily… si no nos vam…
-Sólo dame un minuto más, ¿sí?
-Bueno.
Mientras se levantaba me dio tiempo a observar el edificio al que el bus le
había destrozado la entrada.
-¿Entonces?- Me preguntó, mientras vaciaba la mochila de
Javier.
-Mira allá- Le respondí.- Podemos trepar ese muro y saltarnos la horda que nos
rodea.
No contestó. Sólo se puso al hombro la mochila y esperó a
que yo empezara a caminar. No fue muy difícil; pudimos llegar al techo del
edificio (que sólo era de una planta) y caminamos a través de los techos hasta
llegar a la esquina, donde el panorama seguía siendo aterrador, pero no peligroso:
automóviles destruidos, vidrios rotos, sangre en cada rincón, muertos y
no-muertos regados, líquido negro, como ese que desprendían los engendros cada
vez que les golpéabamos; y con la luz de la luna aún alumbrando el camino, sólo
pudimos notar a una decena o docena de ellos por ahí, vagando en su eterno
sonambulismo. Esto nos facilitó en gran manera el recorrido hacia nuestro
destino. En cuestión de otros quince minutos varados en el sepulcral silencio
del que sólo la luna era testigo, pudimos llegar al centro comercial. Era justo
como imaginamos que estaría: un par de tiendas saqueadas, otras intactas y los
accesos con los candados rotos que recordaban el inicio de todo esto; cuando la
gente creía que todo lo material tenía valor, cuando el dinero todavía movía el
mundo. Ahora todo eso ya no existía, lo único que movía el mundo era la
voluntad de sobrevivir y movía sólo tu mundo, no el de nadie más. Y es por eso
que Lily seguía callada, sin dirigirme la palabra quizás estuviera haciendo
esto ya sólo por orgullo, quién sabe.
Afortunadamente, no encontramos muchos engendros en los
pasillos, antes de llegar al supermercado. ¿Mencioné que estaba oscuro? Porque
parecía que estábamos entrando al trasero del mismísimo demonio. Hasta entonces
encendí la linterna y fue cuando iluminé la realidad; el supermercado había
sido saqueado también. Sí, bueno. Un poco obvio, ahora que lo pienso. Pero en realidad no
esperaba que en realidad hubiera nada. Lo único que quedaba dentro del
supermercado eran cosas inútiles para nosotros: productos de limpieza, verduras
y frutas con más de un mes en descomposición y artículos que funcionaban con
electricidad, aunque lo único que encontramos útil fueron un par de linternas y
pilas.
-Esto es realmente genial.- Habló por fin Lily.
-Tranquila, debe quedar algo que podamos llevarnos, o al menos que podamos usar
–
Nos quedamos parados en el pasillo principal alumbrando a todas la direcciones.
Nada prometedor, un poco de sangre por aquí, artículos inútiles por allá…
empezaba a creer que nos habíamos arriesgado por nada, que Javier había muerto
por nada. Que abandonamos el refugio por nada.
-Hey, mirá. –Lily apuntó con su linterna hacia una puerta al
fondo.
-¿Qué es?
-La puerta está intacta. Todavía tiene el candado, es la entrada a las bodegas
del supermercado.
-Dios, es cierto. Eso sólo puede significar que…
-Exacto.
-¡Ah! Eres una genio.
Si la puerta estaba intacta,
sólo podía significar que ninguno de los saqueadores había entrado a la
bodega; por lo que dedujimos que todo,
absolutamente todo lo que necesitaríamos estaría allí. El problema ahora sería
romper el candado o la cadena a la que estaba atado. No pudimos abrirla. Así
que se nos ocurrió arrancar los mangos de la puerta, si no pudimos romper el
candado.
-Todo parece muy tranquilo.
-Si la cerraron antes que todo el mundo enloqueciera, lo más seguro es que no
haya nadie aquí –Comenté.
-¿Tienes el bate? Debemos estar alerta, por cualquier cosa.
-Sí.
De nuevo un silencio de ultratumba. Sólo podía escuchar a un par de ratas
corriendo, escabulléndose entre las cajas. Alumbré sobre una de las cajas y me
pareció ver a una rata del tamaño de un gato. Menuda estupidez. Tal como
pensamos: todo estaba intacto (a excepción de lo que las ratas habían devorado
ya). No perdimos el tiempo y buscamos lo que necesitábamos. Comida enlatada,
algunos cereales, alcohol, vendas, aspirinas, llenamos las mochilas cuanto
pudimos.
En
cuanto conseguimos lo que llegamos a traer, nos pusimos en marcha de vuelta al
refugio. Fue entonces, cuando nos estábamos preparando para salir y regresar al
refugio, que el suelo se empezó a sacudir.
-Fregar, es sólo un temblor.
Pero no
fue sólo un temblor. A medida que los segundos pasaban, se hacía más fuerte, en
medio de la oscuridad de la bodega, del supermercado, nos seguía sacudiendo,
manteniéndonos perplejos en medio de aquella bodega. No podíamos escapar a
ningún lado.
-¡maldición,
qué demon…! ¡No ahora!
Fue lo
último que escuché decir a Lily. Justo después de eso, una caja con sólo Dios
sabe que cosas me golpeó en la cabeza e hizo que me desplomara sobre el suelo,
inconsciente.
Hacer caso omiso de esta línea punteada.