martes, 10 de julio de 2012

Perro

El avión arribó a Guatemala a las 18:00 horas. Estaba cansado y nunca tuve un vuelo tan incómodo como el de esta vez, la turbulencia, el bullicio de gente conversando de temas que nadie más le interesan y otras cosas que me hicieron imposible conciliar el sueño durante las ocho horas que tardó el avión en traerme del otro del lado del mundo.

Cuando salí del aeropuerto, el cielo era tan gris como una fotografía blanco y negro. Los truenos resonaban mientras los rayos iluminaban secciones del firmamento como el flash de esas fotografías antiguas. Mientras contemplaba la atmósfera sentí una gota de lluvia (o dos) en mi mejilla; como una advertencia a dejar de verlo y seguir mi camino. Advertencia o no, estaba muy cansado y me subí al primer taxi que me ofreció el servicio; mientras cruzaba la ciudad, notaba que habían muchas cosas raras, que habían cambiado desde mi partida; lo que era aún mas extraño porque me había ausentado del país tan sólo un mes. Aunque quizás solo sea la desubicación de viajero, o talvez nunca había observado con tanto detenimiento a algunos detalles de mi propia ciudad. Sí, creo que era eso y por tal razón prefiero no hablar de eso.

Le pedí al conductor del vehículo que me dejara en un centro comercial que está cerca del condominio donde vivo, seguramente no habría nada que comer en casa (vivo solo) así que podría pasar por algo para pasar la noche y un mocca caliente y luego de haber cumplido con el cometido, caminé hacia casa, y fue entonces que lo extraño de la situación empezó a suceder.

Recién salí del comercial sentí algunas gotas de lluvia caer. Eran como kamikazes cayendo del cielo con gran fuerza queriendo destruir el suelo; pronto escuché multiplicarse a los relámpagos en la bóveda gris que lanzaba a las pequeñas gotas de agua con gran fuerza. Para entones, estaba sólo a unas cinco cuadras de mi casa y cuando decidí correr para evitar mojarme -como si el cielo me estuviera gastando una broma- dejó caer su furia sobre la ciudad; y en pocos segundos me ví mojándome hasta los huesos. Sin otro remedio mas que seguir caminando. Fue entonces que le ví. Un perro enorme -como del tamaño de un gran danés- sin raza específica (o ninguna que yo conociera), de color negro, orejas puntiagudas y cola larga. De pelaje espeso y negro como el carbón y sus ojos blancos como los de un husky siberiano. Allí estaba, frente a mí, me miraba pero no se movía, como si esperase a que hiciera algún movimiento para reaccionar, y fue cuando le hablé que emitió un ladrido y corrió lejos. No sé a dónde iba. Al menos no lo supe hasta llegar a casa.

Estaba echado frente al umbral de mi casa, mojado y temblando de frío. Nunca tuve una mascota, y a la verdad no tenía gran fascinación por los animales, pero por alguna razón este me provocó una senscación de malestar cuando lo ví de esa forma. No pude resistir verlo así; abrí la puerta y dejé que entrara. Usé algunas playeras que tenía en el cajón de ropa vieja para secarlo y noté que llevaba una cadena al cuello, que no había visto a siemple vista por el espesor de su pelo: un dije que formaba la figura de un candado con las letras grabadas "LV". Le dí la mitad del submarino que compré en el centro comercial. Luego de devorarlo casi de un sólo bocado me agradeció (o al menos creo que eso hizo) con la cola, moviéndola de un lado a otro. Me senté en el sofá frente a la chimenea artificial que tenía y él se echó a mis pies, buscando el calor. Tomé un libro y leí hasta quedarme dormido.

El siguiente día (creo que era martes), desperté y me dí cuenta que el perro no estaba. A menos que pudiera tomar mi llavero y abrir la puerta, habría salido por la puerta. Pero mis llaves estaban en el bolsillo del pantalón que cambié el día anterior. (Y ningún perro podría quitarle el seguro con una llave a una puerta). Lo que realmente me asustó fue ver la mitad del submarino que -supuestamente- le había dado al perro y que había visto devorarlo. Demasiado confuso todavía quedé paralizado cuando ví el último cuadro de esa escena: la ropa vieja con la que había secado al perro la noche anterior estaba perfectamente doblada en el cajón donde la tenía guardada hace ya un par de años. Y tampoco tenía olor a "chucho mojado" ni pelo, nada.

Escuché el timbre, abrí la puerta. El periódico había llegado. El titular me introdujo a un shock que hizo dar vueltas mi cabeza y provocarme un mareo impresionante: un reconocido cardiólogo había sido asesinado la noche anterior cuando salía del mismo centro comercial donde yo había comprado la cena. Ahora que lo pienso, creo que había sido la persona que estaba antes que yo en la fila. Habría sido asesinado con arma blanca, por lo que fue silencioso y no lo noté cuando salí. O había sido antes, no lo sé. Pero, lo que realmente me dejó confundido fue ver la fotografía del cardiólogo que estaba en el periódico cuando estaba en vida: En su cuello llevaba el mismo collar de plata, con el dije de un candado. El mismo que vestía el perro que había recibido en mi casa (¿Deveras estuvo aquí?).

Fuera mera coincidencia o no, quedé bastante confundido. A menos que hubiese soñado haber alimentado al perro todo había sido demasiado real. Luego de preparar el café y beber dos o tres tazas mientras leía el periódico, decidí salir a trotar un poco. A pocas cuadras de mi casa, atravesó el camino una criatura bastante  hermosa: un hermoso gato blanco, peludo y obeso con cara tierna que me miraba. No se movía, como si esperase que hiciera algún movimiento para reaccionar...

1 comentario:

  1. si vos lo escribiste te felicito porque la verdad es una historia muy atrapante y poco esperada por como se lleva la historia y es atrapante desde el inicio.

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