domingo, 11 de noviembre de 2012

Relato sin Sentido

Entre la gran tarea de ser esposo e ingeniero, el señor era padre de un hermoso bebé de al menos unos ocho años de edad. Vivían junto a su esposa en un condominio bastante silencioso y tranquilo, en el que habían adquirido una hermosa casa de dos niveles, de la que ya sólo debían un cuarto del valor total.
Su esposa, apenas dos años menor que él, trabajaba como gerente de una marca comercial que estaba en auge; y así pasó, que un día, la mujer fue llamada para dar algunas conferencias en el extranjero, como parte de la introducción de los productos en el país vecino.

-No puedo llevarme al bebé - Le comentó a su esposo.
-No te preocupes, yo me hago cargo. - Contestó atento el marido.
-Puedo llamar a una niñera para que te ayude.
-Ni hablar. Pasaré tiempo con mi hijo.
-¿Que hay de tu trabajo?
-Tomaré vacaciones.

Y así fue hecho. Algunos días después, la señora de la casa salió del país en el primer vuelo del día, el primer día de la semana. El esposo con su hijo en brazos, regresó a su casa.

A las primeras horas, el primer día, todo salió como fue planeado. Sin embargo, por azares de lo que muchos llaman destino, un par de días después, el niño rompió a llorar, sin razón aparente. Naturalmente, el padre creyó que tendría hambre, así que intentó alimentarlo.

... Pero el niño seguía llorando.

Creyó entonces que talvez sentía frío, entonces lo cobijó...

... Pero el llanto no cesaba.

Supuso entonces, que había ensuciado el pañal. -¡Que tonto! - Pensó. - ¡Fue lo primero que tuve que haber revisado!

...Pero el pañal estaba limpio.

Las opciones se fueron acabando. Y el niño no paraba de llorar. El llanto transfórmese en molestia. ¿De dónde saca tantas fuerzas?

Pasaron una y dos horas. Cuatro y otras dos más, pero el niño no encontraba consuelo. El padre, que empezaba a impacientarse con el hecho, acudió a casa de los vecinos, pero ellos nada pudieron hacer. Se le ocurrió entonces llamar a la niñera, quien llegó casi al instante.

...Pero huyó a las pocas horas, porque ninguna de sus técnicas hizo cesar el llanto incontrolable del pequeño.

Doce, dieciséis, dieciocho horas. El niño no callaba.

Intentó con juguetes, veintidós horas. Intentó arrullarlo. Veinticuatro horas. El llanto ahora parecía berrinche, más fuerte, más molesto, más desgarrador.
-¿Es posible que esté enfermo?-Pensó- Lo llevo ahora mismo con el doctor. Y a la mitad de la noche, llamó al médico de cabecera, que le atendió. Será mejor llevarlo a la clínica, dijo y en todo el camino hacia el consultorio, el niño llenó el auto del padre con sus agonizantes gritos.

-Tendré que cobrar honorarios por emergencias - Comentó el doctor; quien no halló ningún mal en el pequeño... que continuaba llorando.

Treinta y seis horas. Cuarenta y oho horas. - ¿Amor, cuándo es que regresas? -

Sesenta horas, ¿De dónde sacaba fuerzas el niño?

El padre ya no tenía las mismas fuerzas que al primer día. Tanto lloro y berrinche descontrolado, evitaban que durmiera (¿había dormido, acaso?) en paz. Cuando intentaba dormir, simplemente el niño gritaba más y con más fuerzas. Setentea y dos horas. -¿Qué tienes, pequeño?

Noventa y seis horas. El pobre ya no sabía que hacer. Perdió la noción del tiempo, de sí mismo; su alimento eran las lágrimas de su hijo, y su pensamiento eran los sollozos. Esa molesta frecuencia aguda del niño que no cesaba de chillar. Allá se veían algunas botellas vacías de de licor, que era lo único que podía alejar un poco (¿Cuánto?) de tan desagradables berrinches. Y el niño, lloraba, lloraba.

Hora cien. A mitad de la noche (o de día, ya nadie sabía) terminó con el último vaso de licor. Y en eso recordó que había sólo una forma de poner fin a todo eso.
Y en medio del desesperante bullicio, a la luz del día (o de la noche) subió la escalera y mientras sentía su barba crecida y los ojos pesados, que se bañaban en las ojeras que ya habían aparecido, abrió el armario y buscó en la caja fuerte aquel revólver que su abuelo le había regalado, que solía guardar para utilizarlo en caso de emergencias. (¿Era esto una emergencia?) y bajó lentamente las escaleras, mientras ponía una sola bala en la cámara del arma. Tambaleándose, llegó al cuarto de donde venía ese molesto y desagradable (estridente) chillido en lo que se había convertido su hijo.

Un sólo disparo llenó e iluminó la casa, que por fin abría paso a un poco de silencio, comparable sólo con el silencio de un camposanto a mitad de la noche...
















... Y pasados unos diez minutos, el berrinche del niño volvió a ocupar la casa.

3 comentarios:

  1. ¿El bebé era zombie? XD. Jaja, buena historia, no esperaba el final

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  2. Genial, me gustó la parte en la que se dispara.

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